Ser moralmente indiferente ante una situación social significa que esta no despierta ningún tipo de interés: ni emocional, ni racional, ni artístico, ni político o cultural, por mencionar algunos. Es decir, no significa nada. La indiferencia hacia algo o alguien implica que, simplemente, no importa. La moral de la indiferencia podría describirnos como seres humanos: solo reaccionamos ante aquello que amenaza nuestros intereses inmediatos.
Aquí no hablaré de ética, sino de moral. La ética tiene una connotación más teórica y, en cierto sentido, diferente. Me parece que el concepto de indiferencia moral encaja mejor. No obstante, soy consciente de que no existe un programa ético universal y que cada persona puede asumir distintos marcos teóricos para analizar tanto los distintos asuntos humanos como su propia vida moral.
Desde luego, no podemos interesarnos por todo. Pero ante la condición humana, especialmente esa humanidad que sufre, quizás deberíamos examinar la moral que regula nuestra conducta y nuestras acciones. La indiferencia moral se manifiesta, por ejemplo, en nuestra incapacidad para valorar el sufrimiento de los animales no humanos, esos que viven solo para morir. Desde una postura especista, son relegados a la condición de objetos de consumo. Si existe indiferencia moral ante los animales, se supone que deberíamos mostrar cierto interés moral por nuestra propia especie. El criterio moral debería cambiar cuando se trata del sufrimiento humano. Pero no es así. Nunca lo ha sido. Somos una especie particularmente dañina.
La limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad son prácticas políticas bien documentadas. Sin embargo, están allí, diluidas en una literatura periodística desplazada por contenidos superficiales o por textos que solo sirven para hacer una hermenéutica del vacío. Veamos algunos casos en curso.
Las masacres étnicas prolongadas en Darfur han sido calificadas como un genocidio en curso por Human Rights Watch (HRW) y el Centro Raoul Wallenberg. En Myanmar, el ejército (Tatmadaw) ha ejecutado campañas sistemáticas de violencia y desplazamiento forzado contra minorías étnicas, especialmente la comunidad rohingya. Entre estos crímenes destaca la limpieza étnica de 2017, que obligó a más de 750.000 personas a huir hacia Bangladesh. En la región de Tigray, al norte de Etiopía, se desarrolla también una campaña de limpieza étnica. Según HRW, las autoridades locales y fuerzas Amhara en la zona occidental de Tigray han mantenido esta campaña incluso después del acuerdo de tregua del 2 de noviembre de 2022, recurriendo a detenciones arbitrarias, torturas y expulsiones forzadas por motivos étnicos. Por su parte, el régimen de Azerbaiyán ha ejecutado una operación similar contra la población de etnia armenia en Nagorno-Karabaj, con el objetivo de erradicar su presencia histórica y cultural en la región, según informes de Freedom House (2020–2023). Finalmente, la ofensiva en la Franja de Gaza, considerada por numerosos expertos como un genocidio y una táctica política de limpieza étnica, refleja la magnitud de la crisis humanitaria global que enfrentamos.
¿Cómo hemos llegado a este estado de indiferencia moral? Cuando es el otro quien sufre, la compasión moral se diluye. El criterio moral solo sirve para juzgar los dilemas que ponen en riesgo nuestros propios intereses. Si miramos el sufrimiento, lo hacemos a través de lo impersonal, reduciéndolo a discusiones conceptuales. Observamos la historia para reconocer las atrocidades del pasado, pero ignoramos por completo las atrocidades del presente. Hablamos de genocidios como si fueran páginas históricas, mientras ignoramos el genocidio que tenemos frente a nuestros ojos.
Existe un claro genocidio contra el pueblo palestino, perpetrado por Israel. Numerosos organismos internacionales han documentado crímenes de guerra y actos genocidas cometidos contra la población palestina. Diversos autores y analistas han advertido que estas acciones, emprendidas por Israel bajo el pretexto de eliminar a Hamás, responden a una estrategia prolongada de limpieza étnica. Esta estrategia incluye el desplazamiento forzado de miles de palestinos del norte de Gaza hacia campos de desplazamiento, la destrucción sistemática de infraestructura civil y el bloqueo de ayuda humanitaria necesaria para la supervivencia. Es un plan siniestro que somete a la población al hambre, la violencia y el terror psicológico. A pesar de ello, Israel actúa con impunidad.
En octubre de 2023, Israel ordenó el desplazamiento de más de un millón de palestinos del norte al sur de la Franja de Gaza en un plazo de 24 horas. Este desplazamiento ya abarca al 90 % de la población palestina. La Relatora Especial de la ONU lo calificó como una “depuración étnica en masa deliberada”. El 28 de enero de 2024, durante una conferencia de extrema derecha titulada "Los asentamientos traen seguridad", ministros del gobierno israelí se unieron a miles de ciudadanos israelíes para exigir el desplazamiento de los palestinos y el reasentamiento judío de la Franja. Propusieron una vía “legal” para una emigración “voluntaria”, pero incluso ellos reconocen que, en tiempos de guerra, “voluntario” es sinónimo de “imposición”. Lo mismo se repitió en la "Conferencia para la Victoria de Israel", donde miembros de la Knéset, rabinos y activistas reclamaron que la victoria solo llegará mediante el reasentamiento judío. Una parte significativa de la opinión pública israelí, así como figuras influyentes del gobierno, ha manifestado su apoyo a políticas de desplazamiento forzado, lo que evidencia una preocupante aceptación de la violencia estructural.
La vida palestina queda silenciada en datos fríos, absorbida por estadísticas de sangre. Esa humanidad de la que tanto nos jactamos en las aulas universitarias se reduce a cifras y gráficas. Mientras los palestinos son asesinados diariamente, muchos ejercemos un criterio moral pasivo que convierte la dignidad humana en un simple concepto vacío.
Sería deseable que las universidades no adopten un papel instrumental y burocrático ante el genocidio, pero muchas lo están haciendo. La producción académica, en campos como la ética y los derechos humanos, no puede limitarse al análisis teórico desvinculado de la realidad. Esto reduce el potencial transformador del pensamiento crítico. La teoría crítica, esa que algunos intentan resucitar para reescribir una filosofía inerte, parece haberse agotado en su propio discurso y nada puede decir sobre el presente. No se trata de vivir atrapados en libros de texto y en hermenéuticas del vacío, encapsulados en un claustro de cristal. En su lugar, las Humanidades, las Ciencias Sociales, la Educación y la Filosofía, entre otras disciplinas, podrían asumir un papel más activo en la construcción de una cultura de paz, una que responda a la vida concreta que hoy se diluye en sangre, que destruye un ecosistema global. El panorama es aún más preocupante en ciertas universidades privadas. Algunas actúan como fábricas de títulos, ajenas al mundo que las rodea. Su universo gira en torno al capital: capacitar para el engranaje comercial. Es un fenómeno global que debilita el sentido de la educación superior.
Vivimos en una sociedad moralmente indiferente ante situaciones críticas, en la que se asesina y se violentan derechos humanos fundamentales, pero que prefiere defender con una pasión política irracional el derecho a colar una “e” al final de una palabra o escribir con una “x”, como si eso fuera una acción inclusiva que le otorga respeto y dignidad a una persona. La indiferencia hacia todo aquello que no afecta nuestros intereses inmediatos es el nuevo ethos. Las luchas ideológicas actuales permiten hacer una academia de salón, complaciente. En este ambiente, el otro es selectivo. No todos tienen dignidad. Quizás porque no encajan en el espectro de categorías que los definen como personas.
Si la vida intelectual no contribuye, aunque sea mínimamente, a transformar la vida social, se convierte en un discurso vacío. Cuando el pensamiento se desconecta del mundo, corre el riesgo de volverse estéril. Y si la teoría no transforma, al menos debería orientar el deseo de transformación. La palabra que no genera acción es la expresión de un pensamiento inútil. Lo que no podemos hacer, lo que no debemos hacer, es guardar silencio ante la injusticia.
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Nota sobre las fuentes
Este artículo privilegia la reflexión, pero incluye algunos datos que ayudan a contextualizar el análisis. Las fuentes de esos datos son las siguientes:
Abo Qamar, H. (2025, marzo 26). Israel’s genocide continues, and ‘we remain numbers’. Al Jazeera. https://www.aljazeera.com/opinions/2025/3/26/israels-genocide-continues-... [4]
Albanese, F. (2024). Informe de la Relatora Especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967 (A/79/384). Asamblea General de las Naciones Unidas. https://digitallibrary.un.org/record/4064517/files/A_79_384-ES.pdfdigita... [5]
Español, M. (2024, 9 de mayo). Las evidencias de una nueva limpieza étnica en Sudán se ciernen sobre Darfur. El País. https://elpais.com/planeta-futuro/2024-05-09/las-evidencias-de-una-nueva... [6]
Freedom House. (2024, 11 de noviembre). NEW REPORT: Azerbaijani Regime Ethnically Cleansed Nagorno-Karabakh According to International Fact-Finding Mission. https://freedomhouse.org/article/new-report-azerbaijani-regime-ethnicall... [7]
Hasson, N., & Fink, R. (2024, 28 de enero). Ministers from Netanyahu's party join thousands of Israelis at resettle Gaza conference. Haaretz. https://www.haaretz.com/israel-news/2024-01-28/ty-article/ministers-from... [8]
Human Rights Watch. (2023, 1 de junio). Etiopía: La limpieza étnica persiste bajo la tregua de Tigray. https://www.hrw.org/news/2023/06/01/ethiopia-ethnic-cleansing-persists-u... [9]
Zaragoza, A. (2021, 4 de febrero). Myanmar, tras la limpieza étnica, un golpe de Estado. Amnistía Internacional. https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/myanmar... [10]
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