Comer animales: una elección moral, no una necesidad alimentaria

Por: Wilmer Casasola-Rivera

wcasasola@tec.ac.cr

Bioeticista

Escuela de Ciencias Sociales, TEC

6 de Mayo 2024 Por: Visitante
cerdos encerrados

Imagen ilustrativa. Fuente: FreePik

El mito social de la necesidad

La necesidad implica una dependencia hacia el objeto. Y las necesidades, se inventan también. Así, creamos artificios sociales necesarios para, que condicionan o, en el peor de los casos, determinan la vida.  Esta conceptualización de las necesidades se podría convertir en una carga existencial negativa. Algunos ejemplos de estos artificios sociales: necesitas ser simpático, necesitas ser más flexible, necesitas una pareja, necesitas tener hijos, necesitas una casa, necesitas, necesitas… ¿Necesitas esto para qué? ¿Necesitas ser simpático para agradar a los demás? ¿Y para qué necesitas agradar a los demás? Ante cada necesidad para, pregúntate realmente si necesitas eso para vivir una vida buena.

Cuando alguien afirma, por ejemplo, que necesitas ser feliz, implica que tienes una dependencia con la felicidad, lo cual debe ser asfixiante, porque ser feliz es una elección diaria, no una necesidad. Y la felicidad no siempre la definimos o delimitamos nosotros mismos, sino que procede de refuerzos sociales externos. La felicidad se mercadea y se vende.  Todo un sistema comercial nos vende por felicidad lo que le da la gana. Nosotros pasivamente compramos esa supuesta felicidad.

Decía el filósofo J. P. Sartre (1905-1980) que siempre tenemos que decidir, que no es posible no elegir.  Pero la elección supone un compromiso, una absoluta responsabilidad ética que nos permite examinar si elegimos algo por necesidad y quién ha determinado que es una necesidad. La sociedad nos envuelve en una nicotina de necesidades y aprendemos a tener necesidades que no necesitamos. Las necesidades se inventan y hasta se convierten en dogmas y algunas son agentes de propagación tóxica y pueden generar comportamientos morales.

Quisiera, en lo que sigue, hablar del mito de una necesidad en particular. Y con esto, entrar al tema del artículo: promover una ética animal, una filosofía a favor de los animales no humanos que nos invita a reflexionar sobre la condición social en la que viven víctimas de nuestra irracionalidad antropocentrista y egoísta.

¿Por qué no te comes un niño?

Quisiere pedirle, apreciado lector o lectora, que realice conmigo un breve experimento físico. Este experimento tiene un propósito ético o filosófico ¿Empezamos? Deje de respirar, justamente en este momento. No respire, pero continúe leyendo.  Contenga la respiración. Cuando no pueda contener más la respiración, respire. Sienta cómo ese puñado de aire alimenta su vida. Respire y explore lo maravilloso que es vivir gracias a este acto mecánico de inhalar y exhalar esa disolución de gases que hacen posible vivir.

Con seguridad, usted y yo podríamos estar de acuerdo en que respirar es una necesidad para vivir. No es un invento o mito social. No es una estrategia de marketing: encuentra la paz espiritual, el sentido de la vida, respirando. No. Tampoco un artificio social: necesitas respirar para alcanzar el paso de categoría profesional (bueno, respirar paciencia sí) No. Necesitas respirar para vivir. Respirar es una necesidad, pero comer animales es una elección moral, no una necesidad para vivir.

El que te guste el sabor a carne no justifica quitarle la vida a un animal. El gusto por la carne, no debería ser el impulso de nuestras acciones morales. De hecho, ningún tipo de gusto debería ser la base de nuestras decisiones morales. El gusto no debería justificar una acción moral que lastime a otro ser viviente. 

Imagina por un momento que los bebés humanos de menos un año de vida se comercializan en los supermercados. En la sección de carnes puedes ver a niños guindando sujetos de un garfio de metal que atraviesa sus pequeñas espaldas, o bien, en una urna de vidrio fileteados o marinados. Los niños en este periodo de vida adquieren un sabor superior a un filete mignon de un cerdo, ternera o buey. Son sumamente deliciosos, especialmente adobados al ajillo. De ahí su precio tan alto. Pero, como no es posible que se vendan en las carnicerías porque es ilegal, al menos a ese acuerdo positivo (en sentido jurídico) han llegado los legisladores del mundo, debes adquirir estas delicias gastronómicas en los mercados clandestinos a un precio muy alto. Ahí puedes comprar niños, incluso, los podrías conseguir vivos.

Es posible que ahora mismo me estés maldiciendo. Aun así, te haré una pregunta: ¿Te comerías a un niño adobado? Posiblemente no. Hay una moral que impide semejante atrocidad. Esa moral te permite razonar y determinar lo que es correcto o no es correcto hacer. La propuesta de comer niños es asquerosa y cruel. Promover tal idea debería ser motivo de sanción social. ¿Es así realmente? La práctica moral puede ser una parálisis racional. Aprendiste a racionalizar lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto a fuerza de costumbre. Si hoy no comes niños es porque aprendiste a no hacerlo.

Aprendiste a tener asco, moralmente hablando. Por eso tampoco te comerías a un perro o un gato. Criticas a los asiáticos por devorar perros, pero devoras gallinas, cerdos, terneros, venados, tepezcuintles, etc. Incluso, te podría parecer cruel ver a un perro enjaulado en un mercado destinado a la venta para consumo, pero no te parece cruel reconocer que en el patio de una casa se mata a hachazos a un cerdo para los tamales que te engulles. Te pregunto nuevamente: ¿te comerías a un niño adobado? Solo quiero enfatizar en el hecho de que comer carne es una decisión moral.

El capitalismo carnista

Inhalamos y exhalamos aire y ese proceso de intercambio de gases posibilita nuestra vida. Necesitamos aire para vivir. Sin embargo, a menudo se escucha el mismo argumento cultural: necesitamos comer carne, somos carnívoros, la carne tiene los nutrientes que necesitamos para vivir bien. Estas, y otras maravillas intelectuales no revisadas por pares (inteligentes), hacen posible la perpetuación de una cultura moral de la indiferencia ante la crueldad y el genocidio animal. Los animales son brutalmente asesinados para que usted, y muchos otros como usted, calmen una gula irracional. Matamos seres vivientes para satisfacer un gusto.

¿Y cómo hemos llegado a ser tan insensibles ante la charca de sangre que se derrama todos los días en los mataderos?  Primero, porque no ves el dolor, no escuchas los sonidos de terror, el clamor por la vida que se marcha. Segundo, porque te has inventado una necesidad y un mito moral: comer carne y los animales son para utilizarlos.

Eres parte de un sistema capitalista carnista. Pero, primero, eres parte de un consumismo capitalista que orienta tu vida. El capitalismo es un sistema económico y social poderoso: te dice qué pensar, cómo actuar, qué consumir. El capitalismo influye en la economía, la sociedad y la vida cotidiana. Incluso, hace que intelectualillos de izquierda (de los que fluyen de la fuente original) se engalanen con marcas Columbia, Hi-TEC o Tommy Hilfiger para ejercitar ese populismo tóxico de las luchas por las comunidades indígenas o la igualdad social desde un trono burgués.  

El capitalismo carnista es un sistema que edifica su imperio económico a través del sufrimiento y la vida de los animales. El control de la vida animal es lo que permite la acumulación de capital como fuente de riqueza. Como propietarios de la materia prima viviente, se adjudican el derecho de utilizar este recurso como un medio de producción para generar ganancias económicas. De esta forma, determinan la vida de los animales indicando cómo viven, qué comen, cómo y cuándo se reproducen, cómo mueren. Es una esclavitud que conduce a la muerte.

Este capitalismo carnista, a diferencia del concepto de capitalismo tradicional, no requiere de grandes medios de producción para participar del mercado. La materia prima viviente es el recurso natural explotado, ya sea en pequeñas cantidades o en una dimensión industrial. La acumulación de capital de los empresarios, inversionistas y accionistas se logra a través de la explotación o el sacrificio diario de los animales. La rentabilidad de las empresas se edifica con sangre, con dolor. Pero usted también es parte de esta industria, la industria de la sangre y el dolor.

Todos los días, miles de animales son asesinados en mataderos de forma brutal. Viven hacinados en condiciones traumáticas para alimentar este capitalismo carnista que se enriquece cruelmente gracias a la explotación de animales. Es una industria de muerte que se enriquece con la sangre de miles de animales cada día. Cada vez que usted se sirve un trozo de animal inerte, al que designa de forma cariñosa como lomito, lechón, bistec, trocitos, alitas, pechuga, etc., participa de este capitalismo carnista.

Una moral insensible

¿Por qué rechazamos la vida de los animales? ¿Por qué nos cuesta reconocer que los animales son seres que tienen derecho a vivir? Cada día conducimos a miles de animales vulnerables a los mataderos, sin importarnos el terror que experimentan ante la muerte espantosa que deben enfrentar sin poder resistirse, solo para alimentar nuestro apetito egoísta, nuestra gula y patología culinaria. Somos partícipes de un permanente holocausto moralmente normalizado. Negamos, por egoísmo, que los animales respiran, viven y quieren vivir. Al igual que nosotros, ellos experimentan pánico, alegría, tristeza, felicidad. Ellos también se orinan y defecan ante el terror, porque no quieren morir. Pero, a diferencia de nosotros, ellos no logran oponer resistencia ante la muerte. Todo para satisfacer una necesidad humana, esa necesidad que te has inventado.

Cuando afirmamos que la carne es una necesidad nutricional, omitimos la verdad: los seres humanos pueden obtener los nutrientes necesarios para una dieta saludable a través de otras fuentes alimentarias. La carne, al igual que algunos derivados animales, es una fuente de proteínas y nutrientes, pero decidimos rechazar la evidencia de que estos mismos componentes pueden ser obtenidos de otras fuentes alimenticias, como legumbres, frutas, verduras, granos, semillas. Si bien hay ciertos nutrientes, como la vitamina B12, el hierro y el zinc que pueden ser más difíciles de obtener a través de fuentes vegetales, también existen suplementos o alimentos fortificados para garantizar una alimentación y nutrición adecuada.

No necesitas la carne de un animal para vivir. Comes animales porque eres moralmente insensible, porque no te importa el terror que experimenta un animal en un matadero, al percibir la brutalidad como son descuartizados el ser que los precede. Cuando el gusto se impone como criterio de acción, no puedes decir que eres moralmente superior a un animal.

Cada vez que vayas por la calle conduciendo y mires un camión ganadero, te invito a que fijes la mirada en los ojos de los animales que están allí adentro. Mira el miedo que experimentan, mira la humillación a la que son sometidos, mira la piedad que lanzan a través de una mirada de resignación, mira la crueldad de la que participas, porque eres parte de este capitalismo carnista que se enriquece de sangre.

No necesitas comer animales para vivir. Has decidido ser moralmente indiferente ante la crueldad a la que son sometidos los animales. Has aprendido a comer animales. Te has acostumbrado a no percibir el sufrimiento animal.  Has normalizado que la carne que te sirves te satisface el gusto. Pero puedes elegir otra ruta moral. Puedes tomar conciencia de la crueldad de la que participas. Puedes elegir un proyecto ético a favor de los animales. El cambio positivo que hagas a favor de los animales influirá en otros. No ser moralmente indiferentes ante la crueldad y no participar directa o indirectamente de esta crueldad hacia lo animales es una tarea que podemos asumir de forma individual.

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Las opiniones aquí vertidas no representan la posición de la Oficina de Comunicación y Mercadeo y/o el Tecnológico de Costa Rica (TEC).

Opinión, bioética