Opinión

La ética como instrumento demagógico

6 de Marzo 2020 Por: Redacción
mano de hombre extendida

Imagen ilustrativa.

Por: Wilmer Casasola Rivera, Ph. D.

Escuela de Ciencias Sociales, TEC.

Es importante reconocer que la ética como instrumento demagógico puede estar presente en todas las esferas profesionales e institucionales, y que la ética como instrumento de análisis de contenido es una actividad de gran relevancia social.

La ética se puede utilizar como emblema de una campaña o partido político o como emblema en la investigación científica. En ambos casos, es plausible pensar que los recursos teóricos que posibilitan el análisis y la práctica ética estén completamente ausentes. De esta forma, se hace creer a la comunidad social que la creación de un discurso ético es equiparable a una acción éticamente aceptable. La ética no se utiliza realmente como instrumento de análisis, sino como un instrumento demagógico.

El desacuerdo político no se fundamenta en el principio de argumentación consistente, sino en un catecismo ideológico deprimente que olvida legislar a favor de la sociedad. El recurso ético se convierte en un instrumento demagógico. Una polifonía de mentiras que convierte a la ética en una extensión demagógica más.  

Experimentamos una sociedad enfocada en posverdades en el ámbito político. Los sistemas políticos ofrecen información tergiversada bajo el apremiante deseo de convertirla en verdad. La estrategia se enfoca en presentar un hecho como verdadero, no si el hecho es verdadero. Esto produce una democracia raquítica y exilia el principio básico de crear democracias vigorosas. La política convierte la mentira en cultura social. La mentira afecta a la sociedad y enferma a la democracia.

Pero en todo esto está presente el discurso ético como instrumento demagógico. La mentira política se ampara al abrigo de una noble palabra que termina perdiendo credibilidad social en manos de una política delirante de poder. La mentira asume un poder mediático enfocada en convencer con datos que favorecen los intereses particulares de una estructura política disfuncional.

Pero esta cultura política que desvirtúa la verdad en nombre de un discurso supuestamente verdadero se extiende como un virus en muchos otros ámbitos sociales. Por tal motivo, sería oportuno abandonar la idea de la existencia natural de unos notables éticos en el ámbito público o político, y en su lugar, apostarle a un enfoque de capacidades éticas participativas.   

Los grupos, los pequeños grupos, las alianzas, las camaraderías permiten y legitiman un discurso de verdad falso. Expulsan, descalifican, desautorizan todo aquel aporte que provenga de personas que no son parte de estos catecismos emocionales e ideológicos. En nombre de estos grupos de notables se distorsiona el ideal de un compromiso de acciones éticas concretas a favor de una sociedad, de una cultura, de una institución… En pequeñas charcas se unen para subsistir, para apoyar la incompetencia e inactividad, o bien, sus zonas de confort.  

Aquí asoma la cabeza, como una liebre asustada, la ética. La ética es un instrumento de análisis racional. Puede servir para discutir distintos dilemas morales que surgen ante diversas situaciones de la vida social humana. Puede también ser un instrumento teórico que propone nuevas rutas de acción social. Asume un papel teórico, analiza una situación particular, y ofrece alternativas para enfrentar y superar el dilema a través de una argumentación sustentable.

La ética juega un rol importante en cualquier sociedad que aspire a un buen funcionamiento. Las instituciones son parte fundamental de esta dinámica social funcional. En el diseño de políticas públicas es importante el enfoque ético como horizonte de bienestar social.

Entonces se hace necesaria la ética como una habilidad transversal. Específicamente, la actitud ética como una habilidad transversal debería estar presente en toda profesión que desee gestionar un cambio social positivo. El compromiso y la acción son parte fundamental de una ética social activa. Se trata de apostarle a una cultura social ética basada en la argumentación consistente donde no existan verdades dogmáticas a priori.  Una actitud ética que permita transigir cuando no se cuenta con argumentos suficientemente consistentes.

Triangular ideas permite ponderar el valor de las ideas. La triangulación ética se puede asumir como la habilidad y capacidad de someter a revisión los argumentos que esgrimimos con la intención de llegar a conclusiones más sólidas. Es el compromiso de ofrecer argumentos consistentes y la capacidad de desestimar las propias verdades en nombre de una verdad más objetiva. Tenemos que estar dispuestos a utilizar diferentes puntos de vistas sobre un mismo tema de forma articulada para lograr un mejor resultado y converger sobre un mismo punto de interés social. La capacidad de discutir criterios diferentes e implementar puntos de vistas diferentes en la propia argumentación, puede ampliar nuestro horizonte cognitivo y proporcionarnos mayor precisión a la hora de razonar éticamente.

 

La Oficina de Comunicación y Mercadeo ni el Tecnológico de Costa Rica (TEC) toma como suyas, las opiniones vertidas en esta sección.
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