La discusión filosófica cristalizada (Primera parte)

Por: Wilmer Casasola-Rivera

wcasasola@tec.ac.cr

Escuela de Ciencias Sociales, TEC.

6 de Octubre 2023 Por: Redacción
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Imagen ilustrativa. Freepik.

Una de las acepciones del adjetivo cristalizado hace referencia a lo que está quieto, estático o inmóvil. Muchas actividades que cumplen un rol social importante, pueden estar cristalizas. Por ejemplo, la educación se cristaliza cuando no existen procesos de innovación para mejorar las dinámicas de enseñanza y aprendizaje. Un gobierno se cristaliza, cuando muestra una constante parálisis de ideas estratégicas o incompetencia para diseñar políticas públicas eficaces. Pero también nosotros, como personas, nos podemos cristalizar, cuando nos entregamos a rutinas tóxicas que impiden llevar una vida social psicológicamente saludable.

¿Se cristaliza la filosofía? ¿Se cristaliza la acción de filosofar? La filosofía, como profesión o como práctica existencial, tiene que aprender a examinar sus alcances. No olvidemos que, a un nivel existencial, toda persona se entrega a ciertas reflexiones y discusiones filosóficas.  

Por su parte, a un nivel profesional, las discusiones filosóficas pueden tomar diferentes rumbos.  Quisiera exponer algunas ideas sobre cómo podría la filosofía y la discusión filosófica, caer en esta cristalización. Mi principal interés se centra en analizar la discusión filosófica, independientemente de quién la ejercita.

Hay planteamientos filosóficos que tocan temas abstraídos de la vida humana inmediata. Pero no por esto dejan de ser importantes. Negar su relevancia es caer en la misma balanza de quienes ofrecen argumentos comerciales para anular el valor de la filosofía. Sin embargo, algunos nos interesamos más en los alcances sociales inmediatos de la filosofía. Esto implica ser crítico del propio quehacer filosófico.

La filosofía abstracta silencia cierta ontología de la vida en el mundo. Cuando convertimos los asuntos de la vida humana en una hermenéutica bibliográfica, en un refrito constante de ideas, perdemos por completo la fluidez de esta ontología de la vida en el mundo. Y no solo la vida humana importa, sino todas las formas de vida en este planeta. Todo ecosistema tiene un valor intrínseco importante. Pero la abstracción convierte la vida en una especie de fenomenología conceptual.

Los asuntos de la vida se convierten en producciones taquigráficas o en encuentros gourmet elitistas encapsulados en alguna sinagoga que hablan de lo que no ven ni experimentan. La filosofía se cristaliza en el texto. El texto se convierte en una ontología que se concreta en una publicación. Aquí, en el texto publicado, termina la epifanía ética y social. Y allí, entre grafemas cadavéricas, el interés por la vida en el mundo queda silenciado. Dentro de este avatar filosófico, la filosofía se convierte en un pasatiempo caro para especialistas que juegan con el conocimiento erudito de los problemas que plantean con valor solo para una cierta comunidad. Esta cristalización hermética provoca que algunas filosofías se ocupen de asuntos reiterativos que no responden a los problemas que la sociedad enfrenta y urge resolver. Esto no niega, desde luego, que ocupen un espacio de utilidad académica. Pero no para todos.

Por otra parte, dentro de esta filosofía cristalizada, se encuentra la filosofía monográfica, especializada en una sola obra. La filosofía se cristaliza como criptografía que repite y reitera la palabra impresa, pero que no encuentra un lugar para despertar el sueño social que marcha hacia su propia destrucción.

Esto nos convierte en eruditos del olvido. No obstante, cuando se agudiza en una idea y se utiliza como herramienta conceptual para analizar o interpretar diferentes contextos, el valor de esta especialización alcanza un mayor sentido. Pero, sin duda, adquiere mayor relevancia cuando aplicamos ideas a la solución de problemas reales.

Y es que, las ideas cumplen dos funciones básicas: o se aplican directamente en la solución de problemas prácticos o sirven para pensar nuevas ideas. Coleccionar ideas sin utilizarlas es una ocupación bastante extraña. Se evidencia cuando se hacen malabarismos caligráficos sobre el texto muerto. Por ejemplo, afanarse en derramar tinta sobre teoría crítica, pero a duras penas pronunciar en el habla cotidiana alguna idea inteligente que demuestre este marco conceptual en acción.

La filosofía ensayística fundamentada, que rompe los esquemas lineales caligráficos y se lanza hacia el planteamiento de nuevas preguntas y respuestas, parece estar silenciada en algunos ambientes académicos cristalizados. El tedio burocrático estandarizado también se aloja en el quehacer filosófico, cuando existe el deseo infértil editorial de frenar el planteamiento de una idea si no se acompaña de un compendio de citas aturdidas y moribundas que legitiman un discurso filosóficamente compartido. La palabra creativa es devorada a través de una ingesta infecunda de citas ciscadas sin ningún valor práctico. La filosofía para la vida inmediata muere en una academia cristalizada.

Pero, a fin de cuentas, la filosofía, en principio, no tiene una dirección moral. O más bien, no debería asumir una dirección moral. No existe una suerte de programa oficial de filosofía mundial que señale las grandes líneas morales del pensamiento. Sin embargo, parece que cierta moralidad filosófica invade los claustros universitarios.

[Continúa, parte 2]

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Opinión, Filosofía