De genocidios y exterminios silenciados

Por: Wilmer Casasola-Rivera

wcasasola@tec.ac.cr

Bioeticista

Escuela de Ciencias Sociales

30 de Noviembre 2023 Por: Redacción
ilustración aviones bombardeo

Imagen ilustrativa. Freepik

La responsabilidad de los intelectuales

Es difícil ser indiferente ante la situación humana que viven los palestinos. El paisaje de una ciudad devastada y una masacre diaria de personas civiles indefensas, a manos del ejército de Israel, provoca una inevitable repulsión.

El genocidio se considera “un delito de derecho internacional” por parte de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1). Es un crimen.  Existe una serie de criterios para determinar la presencia o no, de un acto genocida, entre ellos la “matanza de miembros del grupo”, la “lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo”, el “sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”, las “medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo” y el “traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

En este ataque despiadado contra personas vulnerables, acusadas de ser cómplices de Hamás, existe una clara intención de matar y someter a un grupo, motivado por el odio. Pero también existe la clara intención de “impedir nacimientos”, si tomamos en cuenta que los bombardeos han sido dirigidos intencionalmente hacia los lugares donde se conocía la existencia de niños, niñas y neonatos en un estado de absoluta vulnerabilidad. No se puede olvidar el secuestro de niños en condición de rehenes. Estos hechos son indicadores de genocidio, aunque para algunos expertos en diplomacia pasiva, aún no se puede hablar de tal barbarie.

El genocidio es silenciado por al menos tres variables sociales básicas: 1) la complicidad política internacional de algunos países; 2) el fervor de una moral mundial religiosa y 3) una opinión pública sesgada. La política internacional es un juego de ajedrez cuyas piezas se mueven por un fin instrumental estratégico. Existe una moral universal adoctrinada que cree en el mito de una tierra santa. La información bien diseñada invade los rincones de la mente humana para moldear un punto de vista sesgado a través de una psicología de la manipulación que los hace creer que hay un enemigo al que se debe combatir hasta la muerte.

Noam Chomsky (2) hace referencia a la responsabilidad de los intelectuales y al privilegio de ser intelectual. Pero la oportunidad de ser un intelectual privilegiado confiere una gran responsabilidad. Dice Chomsky que no podemos ser intelectuales conformistas que apoyan los “objetivos oficiales”, sino intelectuales que razonan sobre los “crímenes oficiales”. En términos más directos, no podemos asumir un papel de intelectuales alienados, temerosos y adeptos de las políticas moralmente correctas. También podemos pensar en la indiferencia como un acto de irresponsabilidad. La indiferencia proviene de muchos profesionales que se quitan la etiqueta de intelectuales en nombre de una profesión ingeniosamente técnica. No aportan ideas, pero critican desde la ignorancia académica, el aporte que hacen los intelectuales de las disciplinas blandas (…). Pero cabe, también, preguntar qué papel asumen los intelectuales de estas ciencias blandas y humanas ante estas atrocidades políticas. Me pregunto específicamente por la filosofía cristalizada.  Después de todo, la filosofía es la actividad intelectual por excelencia. Y aquí me desprendo del ombligo academicista cristalizado y creo, con Chomsky, que mi condición de intelectual privilegiado me exige una responsabilidad con el mundo que habito. La filosofía que no responda a los problemas reales y no proporcione ideas para resolverlos, se reduce a un elegante pasatiempo intelectual. La filosofía documental de escritorio se hace absolutamente innecesaria. Y solo puede ser necesaria si, al menos, desde ese tintero de cenízaro dice algo para resolver algo de este mundo caótico y moribundo. Desde luego, la filosofía no tiene una agenda ética universal. Quizás, por esta razón, algunos burgueses escriben sobre la sociedad del helado, el enjambre de piojos en la cabeza de un calvo, la vida contemplativa en una mesa de pimpón (…). Y con suma facilidad, un enjambre de incautos, crean, a partir de esta fermentación láctea, un sistema de ideas.

Hace algunos años, Chomsky planteaba que, una vez que el sadismo de los ataques contra los palestinos termine, Israel tendrá “libertad sin interferencias para continuar con sus políticas criminales” en los territorios ocupados, con complicidad explícita de Estados Unidos y el silencio de Europa.  Chomsky tenía razón. Para su lamento, y el de muchos, hoy se puede confirmar la hipótesis predictiva que lanzaba en ese momento. Una hipótesis basada en hechos de sangre.

La luz triunfará sobre las tinieblas…

Lo que muchos llaman la guerra de Israel-Hamás, esconde la historia de un proceso colonizador marcado por episodios sangrientos hacia el pueblo palestino. No se puede negar la acusación de los actos terroristas cometidos por Hamás, pero Hamás puede ser la excusa para que el ejército de Israel, motivado por el odio ideológico, étnico y racial, continúe con actos violentos, pero con libertad política, moral y religiosa, contra personas inocentes. Sin embargo, parte de esta ola de asesinatos, incluye a los líderes políticos. Como señala Reinhart (3), Israel siguió la estrategia de ejecutar abiertamente a líderes políticos y militares, incluso durante el período de los Acuerdos de Oslo. En el año 2001, asesinaron a Abu Alí Mustafá, uno de los principales líderes políticos de la resistencia palestina y quien fuera el presidente del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP), entre otros. Entre otros.

Si hacemos una breve fenomenografía textual de las opiniones que se realizan al pie de página en las noticias, en los artículos, en los documentales y hasta en TikTok, podremos constar cómo emerge la formación de una idea generalizada en relación con la bondad de Israel y la maldad del enemigo. Emerge un apoyo incondicional a la tierra santa, donde Israel personifica la luz, el santo que solo se defiende del mal, contra los palestinos, la personificación de las tinieblas. Cabe recordar el discurso monopolizador de Benjamín Netanyahu, de donde brota toda esta efervescencia religiosa: "Nosotros somos el pueblo de la luz, ellos son el pueblo de las tinieblas; la luz triunfará sobre las tinieblas y cumpliremos la profecía de Isaías”. Pero ese “ellos” no es selectivo. El “ellos” implica a toda la población civil. No pocas veces en la historia humana, la religión ha sido utilizada para cometer crímenes atroces. No siempre esta luz representa el bien. Y no pocas veces en la historia, estas candelas se mantienen brillando con el apoyo político internacional.

Dice Pedro Baños (4) que, si “no existe un enemigo, hay que inventarlo”. Si se logra convencer a una sociedad que existe una amenaza (enemigo) contra su existencia, se genera un mecanismo que tiende a crear o reforzar la solidaridad entre ellos.  Esto implica aceptar medidas colectivas excepcionales, como el recorte de derechos y libertades, tesis básica de la ética de la emergencia que discute el historiador canadiense Michael Ignatieff (5). Esto implica anular toda posibilidad de que el enemigo pueda apelar al derecho. Esta justificación ética de emergencia rompe todo el edificio legal que pueda permitir que el enemigo sea tratado conforme al derecho. Si una sociedad liberal y democrática se compromete con los derechos de todos, debe respetar los derechos del enemigo también, incluso, cuando este ha demostrado deliberadamente un irrespeto absoluto por las normas. Por este motivo, esta emergencia ética justifica anular este estado de derecho. Desde luego, esto anula a la vez el ideal de los derechos humanos, de respetar a los individuos sin tener en cuenta su conducta. Como dice Ignatieff, este Estado de derecho permite que “hasta los terroristas tengan derechos inalienables”. Y esto no es del agrado de algunos gobiernos. De ahí la idea de apelar a esta anulación en tiempos de emergencia. Pero hay un problema, un reto para los derechos humanos: cuando existe un enemigo, también es fácil inventar enemigos sospechosos. En ausencia de derechos, la posibilidad de defensa es imposible. Sin embargo, la ética de emergencia no quisiera abordarla aquí.

En el caso del ataque de Israel sobre Gaza, cabe preguntar quién es el enemigo: ¿Hamás o los palestinos? Esta separación arbitraria obedece a mi interés de destacar la brutalidad militar en contra de las personas civiles, las personas que no tienen ninguna posibilidad de defensa, pero que son objeto de ataques militares movidos por el odio generalizado. Históricamente, los palestinos han sido víctimas silenciadas del odio por parte de Israel. Aquí no parece que su busque al enemigo, sino que todos los palestinos por igual son los enemigos. Robert Pape (6) sugiere que la forma de eliminar a este enemigo (Hamás), implica emprender y combinar largas campañas de presión o ataques selectivos contra los terroristas. No se trata de bombardeos indiscriminados. Con esto Israel solo logrará que surjan más terroristas de los que podría matar. Pero quizás haya otro motivo. El objetivo de Israel, como sostiene Reinhart, siempre ha sido provocar la revuelta palestina a través de crímenes en escala. Pero esta vez, la escala llega al nivel de genocidio y no se detiene.

Cuando se critican las acciones militares de Israel, algunos descalifican al que formula la crítica. Un impulso irracional y un fervor moral religioso provocan que estas personas etiqueten a los críticos de simpatizantes de grupos terroristas o de antisemitas. Esta es la fórmula social que se gestó en la política militar israelí para adoctrinar la opinión pública. No solo ha logrado moldear la opinión pública de algunos sectores sociales que son ajenos al análisis político, sino también a la opinión de algunos intelectuales reconocidos, como la del último heredero de la teoría crítica, Jürgen Habermas (7), quien afirma, junto a otros intelectuales, que perdemos todos los parámetros (racionales y críticos) si atribuimos a “las acciones israelíes propósitos genocidas”. Desde luego, aquí existe una suerte de mea culpa histórica por la brutalidad de la Alemania nazi contra los judíos. Sin embargo, quienes criticamos estas prácticas desproporcionadas y causantes de terror contra los palestinos, no somos ni antisemitas promotores de discursos de odio, ni simpatizantes del terrorismo. Creo que estas personas necesitan ver, de forma objetiva, las desgarradoras imágenes del estado actual de Gaza que les permita reconocer qué es un discurso y práctica de odio sobre un pueblo indefenso. Entiéndase, sobre niños, niñas, adolescentes, mujeres, hombres, ancianos, personas con discapacidades físicas, y hasta pequeñas criaturas en incubadoras. Sobre esto, me uno a las palabras de Vargas Llosa (8): “no acepto el chantaje al que recurren muchos fanáticos, de llamar «antisemita» a quien denuncia los abusos y crímenes que comete el Gobierno de Israel”.

¿Una limpieza étnica sucesiva?

En 1948 la población palestina ascendía a 1,4 millones, distribuida en diferentes ciudades y pueblos. Pero más de 800 mil habitantes fueron expulsados de su tierra a diferentes lugares, como Cisjordania, la Franja de Gaza u otras localidades en diferentes países. Los palestinos han estado siempre bajo el control de Israel (9). Miles de palestinos han vivido cercados por los asentamientos israelíes construidos en su territorio. ¿Y cómo se llegó a todo esto?

Si nos ubicamos en la Palestina de mediados del Siglo XIX, encontraremos un territorio de unos 27 mil kilómetros que compartía una diversidad de credos religiosos, entre judíos, cristianos y musulmanes. Esta región palestina se caracterizaba por la tolerancia hacia otros credos y convicciones políticas.

Para este periodo, Palestina no contaba con una estructura política diferenciada, pero contaba con actividades agrícolas y comerciales que le permitía mantener una economía. Una economía que caería sistemáticamente a lo largo de los años. Como dice Reinhart, “Israel ha llevado a Palestina a una situación de absoluta dependencia económica”. Esta particularidad fue aprovechada, desde un inicio, por el movimiento ideológico sionista, impulsado por su creador Theodor Herzl (1860/1904), que empezó a popularizar la idea de Palestina como una tierra vacía, una tierra sin pueblo que le servía a un pueblo sin tierra.

El movimiento sionista promovió una idea compartida: la religión común de los judíos y el hecho de ser víctimas de una Europa racista e imperialista. El problema de la ausencia de territorio se resolvió a través de la implementación del modelo europeo dominante: el colonialismo de asentamiento puro, que representa la hegemonía del poder de conquista por excelencia. Pero los palestinos no se opusieron a la colonización sionista, al menos durante los primeros años. Incluso, los palestinos recibieron a los colonos europeos de forma hospitalaria. Al poco tiempo, sin embargo, la hostilidad en contra de la población autóctona palestina empezó a manifestarse (10).

El colonialismo de asentamiento puro tiene como objetivo estratégico crear una sociedad o patria propia en el territorio colonizado. La tierra escogida por los sionistas para fundar la nueva patria judía, solo podía estar conformada por personas judías. Esto implicaba excluir o eliminar a la población nativa por cualquier medio posible. El exterminio era una alternativa. Los palestinos empezaron a tomar conciencia de esta amenaza y advertir, por diferentes medios, que los sionistas se iban a apoderar de cada pueblo, de cada ciudad, de todo el país. El sionismo representaba un peligro para Palestina.

De acuerdo con el historiador Jorge Ramos (10), hay cuatro grandes procesos del movimiento sionista a principio del siglo XX. El primero, la idea de construir una identidad nacional judía. Este proceso incluía varías estrategias. a) Nacionalizar la Biblia, que justificaba la idea de un pueblo elegido específicamente judío y una tierra prometida (Palestina) que les pertenecía por derecho.  b) La transformación del hebreo.  Esta lengua estaba destinada a temas litúrgicos y al estudio de la literatura sagrada. Sin embargo, el hebreo se transformó en una lengua hablada con un objetivo básico: unir a los judíos dispersos en otros territorios bajo un mismo lenguaje. Pero, más que unir, el objetivo sionista era más estratégico: impedir sentimientos de empatía y fusión con los palestinos colonizados, cuya lengua era el árabe. De esta forma, el lenguaje hebreo fue una excelente herramienta de exclusión social. El segundo proceso consistió en la creación de un entramado institucional y organizativo propio.  Esta idea toma fuerza con la creación de la Organización Sionista Mundial, que impulsara Theodor Herzl en 1897. De aquí surge un manifiesto, un objetivo: establecer un hogar para el pueblo judío en Palestina. Para los sionistas, en su mayoría, ese “hogar seguro” se concretaba en “un Estado soberano, exclusiva y mayoritariamente judío en el mayor territorio posible de Palestina”. El tercero, la colonización de Palestina.  Desde 1882 hasta 1914 hubo una serie de oleadas colonizadoras procedentes de Europa Oriental de aproximadamente 95 mil colonos. De estas oleadas emergieron muchos líderes sionistas. Una vez que se crea el Estado de Israel, una gran cantidad de comunas agrícolas (kibutz) se edificaron “sobre las ruinas de localidades palestinas que experimentaron la limpieza étnica sionista israelí”. Finalmente, un cuarto proceso es la seducción geopolítica (Ramos no lo dice de esta forma). Los sionistas buscaron ganarse la simpatía de una gran potencia política y los británicos reconocieron de inmediato que el sionismo favorecía sus intereses geoestratégicos. 

La limpieza étnica implica la expulsión o erradicación por la fuerza, y no pocas veces violenta y sangrienta, de una población para homogeneizar la población de asentamiento que busca un territorio particular. Se expulsa a una población para imponer el dominio étnico de otra población. La intelectual israelí Tanya Reinhart (1943-2007) afirmaba que el Estado de Israel se construyó mediante “la limpieza étnica de la población autóctona palestina”. El historiador israelí Ilan Pappé (11) nos recuerda que la limpieza étnica es un crimen contra la humanidad y, particularmente, “la limpieza étnica de Palestina debe quedar grabada en nuestra memoria y nuestra conciencia colectivas como un crimen contra la humanidad y debe ser borrada de la lista de crímenes «supuestos»”.

Podemos ser relatores de la historia pasada, espectadores de los acontecimientos presentes o gestores de la historia que se construye hoy y se contará mañana. Quizás nuestra responsabilidad intelectual o existencial consiste en esto: en no ser indiferentes ante la vida que se gesta en este planeta, especialmente, ante los actos de injusticia.   

Notas de referencia:

1. Naciones Unidas, Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.

2. ¿Quién domina el mundo?, 2016

3. Israel/Palestina: Cómo Acabar con la Guerra de 1948, 2004

4.Así se domina el mundo, 2017

5.El mal menor: ética política en una era de terror, 2005

6. (1 noviembre, 2023), Hay una forma más inteligente de eliminar a Hamas que bombardear Gaza (CNN)

7. Swissinfo.ch (14 noviembre 2023). Habermas rechaza acusaciones de genocidio contra Israel en Gaza

8. Israel/Palestina: paz o guerra santa, 2010

9. AraInfo Diario Libre d’Aragón (13 mayo, 2018). 1948-2018: 70 años de la ocupación de Palestina

10. Una historia contemporánea de Palestina-Israel, 2020

11. La limpieza étnica palestina, 2008

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